El extraordinario empeño por escribir

¿Por qué hay tanta gente cuyo sueño es escribir? Como se preguntaba María Zambrano: Habiendo un hablar, ¿por qué el escribir? Seguramente hay tantas respuestas como personas que intentan plasmar en unas hojas aquello que les hierve de alguna forma en la cabeza. Puede que el común denominador de todas ellas sea la necesidad: necesidad de trascender, de demostrar algo a los demás o a sí mismos, necesidad de contar o inventar historias, de prestigio y reconocimeinto, quizá necesidad también de ganarse la vida. El resultado es que son muchos -y todos conocemos a alguien-, los que entre sus objetivos vitales reservan un hueco a la escritura, la mayoría como amateurs a tiempo parcial y con distinta fortuna, los menos como un oficio que les da de comer. Otra razón interesante que destaca el escritor británico Hanif Kureischi en su artículo El escritor y el profesor es el deseo de algunas personas de ser independientes:  «Para ellos, escribir es un proceso de exploración de sí mismos totalmente personal, una forma de estar solos, de reflexionar sobre su vida y quizá de esconderse, mientras hablan con alguien que está en su cabeza. Y desde luego, sin cierta pasión por la soledad, ningún escritor es capaz de soportar la tediosa obsesión de esta profesión».

Hace tiempo que algunos han visto en este empeño colectivo por escribir una oportunidad de negocio para profesionalizar y canalizar toda esa energía creativa en forma de cursos de escritura o talleres literarios, en la mayoría de las veces promovidos por los propios escritores como vía adicional de ingresos y -por qué no- de prestigio entre sus lectores, pero también seguro que por convicción, como una forma de ayudar a cumplir el sueño de otros cuando se ha logrado cumplir el propio. Otra cosa es el resultado, porque hay quienes piensan que el talento se tiene o no se tiene. Vargas Llosa, por ejemplo, reconoce que el escritor “crea su talento” a base de esfuerzo, de terquedad y de disciplina, y que aprender a escribir es algo que los verdaderos escritores aprenden por sí mismos.

Formas de hacerse escritor

Otro signo que ilustra muy bien la ola de ilusión escritora es la enorme aceptación que tienen los diferentes manuales y consejos para escritores. Hay cientos de ellos pero el otro día me encontré con el decálogo que César Mallorquí recomienda para jóvenes escritores, de cuyos consejos me gustaron precisamente el primero y el último: «En primer lugar, pregúntate por qué quieres escribir» (dejaré el décimo para más adelante). Xabier F. Coronado, escritor e investigador asturiano que vive en México, lo explica muy bien en su artículo Clarice Lispector y la escritura como razón de ser: «Hay diferentes maneras de hacerse escritor, muchos llegan a la literatura por estrategia, toman esa decisión como quien elige ser médico o político, motivados casi siempre por un espíritu de provecho. Algunos llegan a la literatura impulsados por las circunstancias, no deciden ser escritores, la vida los lleva a escribir como a otros lleva a ser obreros o funcionarios; no encuentran otra cosa para ganarse el sustento y se entregan a ello con la dedicación del que va a una oficina».Y continúa Coronado:

También hay escritores que llegan a la literatura por necesidad, no por una necesidad material o de prestigio, sino por necesidad vital. Escribir es para ellos como respirar.

En términos parecidos se expresa Muñoz Molina cuando le preguntan en una entrevista por lo que mueve a un escritor a persistir en su oficio a pesar de los reiterados fracasos que ello puede acarrear: «Se hace porque se quiere, porque te gusta mucho y quieres hacerlo lo mejor que puedas; pero es el mismo impulso que lleva a un pintor a querer ser pintor, el mismo impulso que lleva a un científico a querer ser científico, el mismo empeño personal. La literatura no cuenta con nada específico en ese sentido; porque cualquier trabajo bien hecho requiere un encabezonamiento». Pero Muñoz Molina habla de escritores que ya lo son; otra cosa es quien no lo es y se quiere convertir en uno de ellos. Y aquí también hay dos especies: la de los que sienten la vocación de ejercer de orfebres de la palabra y crear obras de las que sentirse orgulloso y la de los que su máximo objetivo es el de publicar, convertir su ilusión en objeto palpable que poder mostrar como trofeo. Por supuesto ambas categorías no son únicas ni excluyentes, pero en la primera la necesidad vital de escribir se sitúa por encima de cualquier otra consideración, algo que en la segunda cede su puesto al resultado final del proceso. Confundir escribir con publicar es peligroso normalmente, igual que escribir con redactar, algo que es parecido pero que no es ni mucho menos lo mismo.

Otra idea que gusta a muchos de los que quieren escribir y convertirse en escritores es esa aureola de personajes románticos, amantes de la soledad, que envuelve a los autores. Contra ello advierte Muñoz Molina: «Si no se tiene un contacto con el mundo real se puede perder la inspiración. A mí todas esas leyendas del escritor romántico, solo, aislado me parecen exageraciones, hay que tener mucho cuidado con las exageraciones y con el ideal romántico». También sobre la vida del escritor y sobre la tentación de algunos de confundir al autor con su obra, Fernando R. Lafuente lo explica de forma meridiana en un artículo en ABC Cultural: «En un escritor lo que vales es su obra. Uno nunca cambiaría, como lector, la mejor biografía de Thomas Mann por La montaña mágica. Autores extraordinarios vivieron en la más absoluta de las monotonías, una vida como la de cualquiera, sí, pero una obra deslumbrante».

Es tiempo ya de volver al último consejo que ofrece Céasr Mallorquí a quien empieza a escribir: «Prepárate a aceptar que no eres escritor».

Si no se puede ser escritor, si no se puede escribir, hay mil cosas que se pueden hacer, y la actividad más importante a la que puede dedicarse una persona no es el arte, es la vida. Porque el arte no es más que una imitación de la vida; una imitación maravillosa, pero lo importante es vivir. Lo importante es la vida.

Eso mismo me reafirma en que es obviamente más fácil ser lector que escritor, menos arriesgado y más gratificante. Pero quien sabe si al mismo tiempo leer es una forma lenta y despreocupada de reunir el coraje suficiente para un día empuñar la pluma o acariciar el teclado en busca de hacer realidad el sueño remoto de escribir tu propia obra. En ese empeño extraordinario me encuentro yo también. Vivir y esperar.

10 pensamientos en “El extraordinario empeño por escribir

  1. Esa idea ciertamente romántica sobre la soledad del oficio del escritor la plasma con encanto Coetzee respecto a Auster cuando intenta formular una imagen en su mente del estudio de donde salen sus novelas: «Pues bueno, de vez en cuando tengo visiones de ti en ese apartamento, que en mi imaginación está pintado de blanco, bien iluminado y no tiene ventanas, un poco como los espacios de confinamiento que salen en tu narrativa (…) Estoy convencido uue de que mi visión de ti como prisionerovoluntario de la Musa es más cierta».

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  2. Pues te aseguro que la vida de Thomas Mann, y sobre todo la de cada uno de sus hijos, fue mucho más novelesca que la de los protagonistas de La montaña Magica. La realidad puede superar la ficción.

    Sigue, sigue en tu empeño 🙂

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    • Tienes toda la razón, quizá no es Thomas Mann el mejor ejemplo de biografía plana, aunque no es mío. Conozco algo de la vida de sus hijos -los gemelos Klaus y Erika- a través de una magnífica biografía novelada que escribe la italiana Meliana G. Mazzucco sobre Annemarie Schwarzenbach (escritora, arqueóloga, fotógrafa, periodista y viajera). A ella se refiere Thomas Mann como el ‘ángel devastado’. Si no has leído el libro te lo recomiendo. Se titula ‘Ella, tan amada’, y está publicado por Anagrama. A mí me conmovió su vida.
      Mientras tanto seguiré leyendo y empeñado en escribir algo algún día… Un abrazo.

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  3. Si me lo permites, te dejo un fragmento de un post que publiqué hace tiempo sobre por qué escribo:

    «Pues bien, escribo porque lo necesito, porque inventarme otros mundos me permite pensar en este e intentar entenderlo, porque vivir la vida ficticia de otros me lleva a valorar más la mía, porque comprender a los personajes que creo como para hacer que a otros les parezcan verosímiles me lleva a ponerme en el lugar de las personas de verdad, a aquellos con quienes me relaciono cada día, a ser más empática y a verles tal como son y no como me gustaría que fueran, y aprendo también a valorar lo que parecían sus defectos y a no dejarme deslumbrar por sus supuestas bondades. Porque la vida, después de haber aprendido a escribir una buena novela, se me muestra más sencilla que antes. Escribiendo te das cuenta de que lo que te dicen no es lo que debes creerte; de que los temas fundamentales son siempre los mismos, el amor, la vida y la muerte; de que si no valoras lo que eres y lo que te hace sentir bien en algún momento eres un estúpido. Escribir es psicoanalizarte y es vivir más plenamente y eso me basta para seguir haciéndolo.»
    Efectivamente, creo que hay tantas razones para escribir como personas se ponen a ello.
    Un abrazo,
    Amelia

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  4. «¿Por qué hay tanta gente cuyo sueño es escribir?» No lo sé, pero desde que ando por el mundo twittero me he dado cuenta que es un sueño muy extendido y eso puede desvirtuar el arte de escribir. Yo he tenido esa necesidad desde siempre. A los ocho años ya escribía pequeños cuentos y ahora, 20 años después, estoy a mitad de mi primera novela, que me he propuesto acabar el próximo año (en ello trabajo día a día). No sé si, al final, tendré que «prepararme a aceptar que no soy escritora», pero no pienso parar hasta terminar mi novela. Cumpliré mi objetivo vital de escribirla aunque nunca se cumpla mi sueño de publicarla.

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