Cristales de colores

En lo que se refiere al valle invernal, cubierto por una espesa capa de nieve, al que Hans Castorp -recostado cómodamente en su tumbona- también había dirigido preguntas transcendentales, toda la respuesta que obtuvo de sus picachos, cumbres, laderas y bosques de color rojizo, verde o marrón fue un silencio eterno; y en ese silencio eterno rodeado del silencioso fluir del tiempo de los hombres permaneció, a veces resplandeciente bajo un límpido cielo azul, otras envuelto en un denso manto de niebla, otras teñido de púrpura a la caída del sol, otras convertido en mil reflejos de diamante bajo la magia de la luna… pero siempre nevado desde hacía seis meses, tan increíble como fugazmente transcurridos; y todos los habitantes del Berghof afirmaban que ya no podían ni ver la nieve, que les daba hasta asco, que ya habían tenido de sobra en el verano y que tanta masa de nieve a diario: montañas de nieve, paredes de nieve, colchones de nieve en todas partes, superaban a cualquiera y eran mortales para el ánimo y el espíritu. Y se ponían gafas con cristales de colores, verdes, amarillas o rojas, supuestamente para protegerse los ojos pero, en realidad, para proteger su corazón.

                         Thomas Mann › «La montaña mágica»

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