Tengo toda la infancia en casa grabada en la cabeza como diapositivas de Hopper, con la misma soledad pegajosa y misteriosa. Y me veo en ellas como un personaje sentado en una cama deshecha, con un libro abandonado en una silla desnuda, o que mira por la ventana o sentado junto a una mesa limpia, mirando la pared vacía. Porque en casa todo se resolvía con cuchicheos y el roce que se oía con mayor nitidez, aparte de mis ejercicios de portamento con el violín, era el que hacía mi madre cuando se ponía zapatos de tacón para salir a la calle. Y si Hopper decía que pintaba porque no lo podía decir con palabras, yo lo escribo con palabras porque, aunque lo estoy viendo, soy incapaz de pintarlo. Y siempre lo veo como él, a través de ventanas o de puertas entornadas. Y al final sé lo que no sabía. Y lo que no sé me lo invento y también es verdad. Sé que lo vas a entender y me lo vas a perdonar.
Jaume Cabré › «Yo confieso»