La prueba del algodón para un nuevo proyecto editorial

Almacén Les Punxes

Almacén logístico de Lex Punxes en Sant Feliu de Llobregat

Les dije que permanecieran atentos a la pantalla. Si he tardado mucho en escribir este nuevo capítulo no ha sido precisamente por estar cruzado de brazos sino porque pensé que las cosas se desarrollarían a mayor velocidad. Pero, ¡ay! ingenuo de mí. Lo que era un comienzo prometedor (la constitución de una sociedad para desarrollar el proyecto editorial) tan solo era un pequeño accidente. La chispa que prendía la mecha… pero una mecha que estaba algo húmeda.

Quiero decir que el camino hasta aquí, seis meses después, ha sido algo tortuoso. Principalmente porque había una gran piedra en el camino que me impedía continuar. Sabía que la piedra iba a estar ahí, pero no de tal volumen. Me refiero a encontrar un distribuidor, «una empresa que –en palabras de uno de sus responsables— actúa como comercial, logístico y cobrador». En definitiva, quien debe llevar («colocar» en el argot del sector) los libros a las librerías; el eslabón imprescindible entre autor y editor y los libreros y lectores. Porque como algún editor me dijo: «da igual que tus libros estén muy bien hechos y sean muy bonitos, que si no se ven en las librerías nadie los comprará». Y para eso hace falta una empresa de distribución; en mi caso ambicionaba una de las que forman parte de la primera división para las pequeñas y medianas editoriales (*).

La idea romántica sobre los libros se evapora cuando, además de producto cultural, son una mercancía como otra cualquiera que hay que diseñar, producir, llevar a los comercios y vender.

Esa búsqueda, la de un distribuidor, es lo que ha dilatado todo el proyecto. Pero también, y debo ser honesto, lo que me ha permitido recapacitar sobre ciertas cosas para reorientarlo y mejorarlo. Por ejemplo, la línea editorial —aquello que define el ADN de la editorial—, que debería haber estado perfectamente definida desde el minuto uno, pero (error de principiante) no lo estaba en absoluto. Era una propuesta muy generalista donde cabía de todo pero que no se caracterizaba por nada. Lo que alguien me insinuó que era «más de lo mismo». Y aunque eso me llegó al alma, no le faltaba razón. Y, por otra parte, el diseño editorial. Creí que había hecho algo interesante, y lo era, pero no lo suficiente para ser además realmente potente y atractivo.

Y rectificar esas dos claves, línea y diseño (hasta el punto de buscar un nuevo nombre para el sello editorial: VOLCANO Libros), ha sido definitivo para «pasar la prueba del algodón» –así me dijo el distribuidor para mi perplejidad— y aceptar el proyecto. «No cogemos más de tres o cuatro nuevas editoriales al año», añadió…

Sí, fue un enorme respiro, y por eso supongo que debo de estar contento. Porque el proyecto ahora sí podrá ser una realidad. Lo contrario, lo reconozco, me hubiera hecho abandonar. Pero la alegría dura poco porque si el futuro aparece despejado, los días se convierten ahora en una carrera contrarreloj para estar en las librerías no ya en esta primavera, pero sí en el próximo otoño y, por lo tanto, hacer lo que un editor y una editorial tienen que hacer: buscar autores, leer las obras y negociar sus derechos para adquirirlas, contratar traductores, revisar textos, diseñar las cubiertas, visitar la imprenta, hacer llamadas y enviar correos electrónicos…

La moraleja me la llevo puesta: el camino es largo y las cosas únicamente se aprenden haciéndolas. Aunque en algún momento te equivoques y toque rectificar, que es de sabios. O como bien decía Augusto Monterroso, mejor y más breve:

La única manera de vencer el miedo a hacer algo es haciéndolo.

Seguiremos informando.

 

(*) La asociación, en este caso, formada por Machado Grupo de Distribución S.L. (Madrid, Toledo, Cuenca, Ciudad Real y Guadalajara) y Les Punxes Distribuidora S.L. (resto de España).

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