La lluvia amarilla

la-lluvia-amarillaMe gusta la puntualidad y la practico. No me gusta llegar tarde a los sitios y hacer esperar. Sin embargo esto, que en la vida ordinaria no tiene ningún mérito, es lo contrario a lo que me sucede con los libros, que siempre tengo la sensación de que llego tarde: leo mucho después lo que tantos han leído ya hace mucho tiempo. Eso es lo que me ha pasado con «La lluvia amarilla» (Seix Barral), de Julio Llamazares, que rescaté de la Feria del Libro antiguo de Madrid como conté aquí hace pocas semanas. Y aunque la novela se publicó en 1988, el retraso ha compensado con creces la espera.

La lluvia amarilla es el relato en primera persona del último habitante de Ainielle, un pequeño pueblo del pirineo aragonés, hasta su propia muerte. Andrés, que nos cuenta en primer lugar la muerte de su mujer, Sabina -«a partir de ese día, la memoria fue ya la única razón y el único paisaje de mi vida»-, es testigo del abandono y muerte del propio pueblo.

Parecía como si un extraño viento hubiera atravesado de repente estas montañas provocando una tormenta en cada corazón y en cada casa. Como si un día, de pronto, las gentes hubieran levantado sus cabezas de la tierra, después de tantos siglos, y hubieran descubierto la miseria en que vivían y la posibilidad de remediarla en otra parte. Nadie volvió jamás.

La lluvia a la que se refiere Llamazares, la lluvia amarilla -un título bellísimo en mi opinión-, es el olvido, es la muerte, es el pasado, es el silencio, es la pátina que todo lo envuelve, que borra «la memoria y la luz de los ojos queridos»:

Es la misma de todos los otoños. La misma que sepulta las casas y las tumbas. La que envejece a los hombres. La que destruye poco a poco sus rostros y sus cartas y sus fotografías. La misma que una noche, junto al río, entró en mi alma para no volver ya nunca a abandonarme el resto de los días de mi vida.

El libro es de una belleza deslumbrante, no sólo por la triste historia de la desaparición de un pueblo de nuestra geografía -ejemplo de tantos otros y, sobre todo, signo de la desaparición de la sociedad rural que conocieron nuestros abuelos o bisabuelos-, sino por la técnica y el lenguaje que utiliza Julio Llamazares para narrar esa historia. «La lluvia amarilla confirma en Llamazares el léxico vivo, preciso y genuino, la autenticidad artística y las dotes de creación de un clima poético y un universo personal que acreditan en él a uno de nuestros más valiosos narradores», leemos en la contraportada.

Pura literatura. Puro gozo para el lector que guste de saborear las palabras y las imágenes que estas evocan. Anielle y sus habitantes, sus casas, la montaña, la niebla, la nieve, la iglesia, el musgo y las zarzas, la cama de barrotes, las tapias de piedra, la cocina, el fuego, el viento y el silencio (quizá la palabra que más se repite en todo el libro) cobran vida y se convierten en decorado y personajes reales que, a mí, me hicieron sentir la soledad y el abandono de Andrés y de Ainielle.

Ya es tarde para todo. La lluvia está borrando la luna de mis ojos y, en el silencio de la noche, escucho ya un murmullo lejano, vegetal, desolado, como de ortigas que se pudren en el río de mi sangre. Es el murmullo de la muerte que se acerca.

2 pensamientos en “La lluvia amarilla

  1. Totalmente de acuerdo con tu reseña, en especial con el último párrafo.
    No hace falta moverse, si lo que quieres es sentir lo que se vive en un pueblito aislado del norte de España. Con leer «la lluvia amarilla» es suficiente. Llamazares logra un completo de descripciones y sensaciones tan espectacular que te transportan alli olvidándote de todo mientras lo lees. De esos libros «resaca» que son geniales y nunca olvidas. En mi opinón, imprescindible

    Ahora voy entendiendo porque te leo, jeje. Gracias

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